De un tiempo para acá, cuando mis familiares y amigos cumplen años, como es natural, les envío un saludo con mis mejores deseos para que su día sea especial y su porvenir llegue colmado de bendiciones. Eso sí, omito deliberadamente el clásico “que cumplas muchísimos años más”, y ni hablar de ese exagerado deseo de seguir soplando velitas hasta el año 3000, como se canta al final de nuestra versión criolla del Happy Birthday to You.
La razón de esto, es que últimamente he venido cuestionando ese entusiasmo colectivo por desearle a alguien una vida larguísima, casi eterna. Si queremos a una persona, ¿de verdad queremos que viva hasta el próximo milenio? ¿Acaso deseamos que soporte y sufra la pérdida de toda su familia y amigos? ¿Anhelamos que vea cómo van desapareciendo sus recuerdos y su lucidez, con el paso de los años? No me suena razonable empujar a alguien a vivir tanto si no hay garantía de una buena condición de vida. Si lo que queremos es que alguien viva 975 años más —hasta el año 3.000— al menos, deberíamos poner un asterisco: “sin envejecer”.
Hay un enorme interés por prolongar la existencia, como si el objetivo de la vida misma, fuera alargar su duración. No creo que sea así. Pienso que más que vivir muchos años, lo que realmente importa es la calidad de esos años. No cuantos sino cómo.
La vida debe ser suficiente para hacer realidad la mayoría de los sueños, alcanzar metas, servir a la gente, reírse bastante, amar profundamente y despedirse tranquilamente. Y eso, contando que se tengan unos básicos para asegurar que esa última etapa se lleve de forma digna. Me refiero a tener salud física y mental; algunas posibilidades económicas para que nada falte y sintiéndose querido, protegido y acompañado por familiares y amigos. Y, por su puesto, en comunión con Dios.
Personalmente, no me obsesiona la idea de tener una excesiva longevidad. Me parecería bien alcanzar unos seis mundiales más. De todas maneras, soy consciente que eso, en últimas, no depende propiamente de mí. Quienes vivimos la fe sabemos que la vida está en manos de Dios y a él le pido que me mantenga con las facultades intactas hasta mi último día.
Así como morir, envejecer es algo inexorable de lo que no podremos escapar. La vejez es connatural al ser humano. No podemos detenerla —si acaso, disimularla un poco— pero si prepararnos para el proceso, lo cual resulta clave porque hay diferentes maneras de hacerlo.
No me gustaría llegar a una edad muy avanzada, en donde los años acumulados pasen factura constantemente y la maquinaria, por estar tan deteriorada por el paso del tiempo, ya no sea funcional y no me pueda mantener independiente. ¿Para qué llegar a una etapa de la vida, en la cual ya no podamos caminar sin ayuda, tengamos que usar pañal o ser incapaces de asearnos por nosotros mismos? ¿Para qué correr el riesgo de llegar a tener una pérdida de las facultades cognitivas que nos impida saber, al estar sentado al borde de la cama, si nos vamos a levantar o a acostar?
Desde la mirada católica, que comparto y respeto, Dios nos da el don de la vida, pero también nos lo quita. Caminamos hacia la muerte desde el primer día de nuestra existencia y, sin embargo, no somos conscientes que morir es consustancial a la vida misma. Nos aferramos a ella y acariciamos la idea de vivir muchos años como si la ancianidad fuera algo fascinante. Porque admitámoslo, la vejez es una cosa complicada, por no darle un calificativo fuerte. Nos la venden como los años dorados de acumulación de experiencia y sabiduría; pero, en realidad, es un periodo difícil por la dependencia y vulnerabilidad que trae consigo. En esa etapa de la vida es cuando la memoria de corto plazo empieza a operar como el WiFi, en un sitio de difícil conexión: intermitente y cuando más se necesita no funciona.
En síntesis, para mí, lo ideal es vivir los años que sean, pero a plenitud y cuando llegue el momento de entregar cuentas, poder hacerlo sin asuntos pendientes, sin remordimientos y con la satisfacción de que se hizo todo lo que se quiso hacer o al menos, se intentó.
El próximo 14 de mayo, cuando me canten el Cumpleaños Feliz pediré que cambien el “hasta el año 3.000” —no quisiera llegar a los 1.037 años— por un año definitivamente mucho más próximo, así sea disonante con la rima de la canción.
Remate al Arco. Cito al poeta inglés Edward Young: “El tiempo perdido es la existencia, utilizado es la vida”. Me parece que lo menos frecuente en este mundo es vivir, la mayoría de la gente existe… y quiere hacerlo por muchísimo tiempo.
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—“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”— una reflexión profunda de los Evangelios (Marcos 8:36 / Mateo 16:26) que enseñó Jesús sobre el sentido de la vida y el verdadero valor de las cosas.
ResponderBorrarEl ser humano tiene un destino eterno, la salvación no se negocia y solo hay un camino para conseguirla, Jesús es el camino, la verdad y la vida…
No vale la pena llegar a la cima si en el camino, pierdes la salvación de tu alma.
Javier Salas
Interesante tema yo lo habia pensado cuando le cantan hasta el año 10.000 !!!
ResponderBorrarCumplir hasta el año 3000 sería el clásico Happy Birthday to You del Tran humanista; el desafortunado afán del ser humano por vivir más años a costa de disolver la verdadera naturaleza divina con que Dios nos ha creado, ha llevado al hombre a llevar una vida enfocada en lo material alejada de todo espiritualidad y principios morales base de nuestro cristianismo. Así pues mi amigo Jorge Luis celebremos cada cumpleaños con gratitud a Nuestro Señor y pidámosle que si es su voluntad nos conceda todas las gracias necesarias para poder terminar nuestra misión terrenal de una manera digna y decorosa dando ejemplo de vida a nuestros seres queridos y a la sociedad.
ResponderBorrarNuestra naturaleza material llega a su fin pero nuestra naturaleza espiritual perdura por siempre. La verdadera vida empieza con la muerte así pues aportarse bien ….
Edgar Mojica
ResponderBorrarToda la razón Dr. Conradito. Sin embargo para mi y solo para mi, entiendo el Happy Birthday to you hasta el año 3.000 y a veces hasta el año 10.000 en sentido metafórico, como un deseo de vivir la vida con mucha felicidad como si el tiempo no pasara y se asemeje a una felicidad constante. pero válido el comentario. En cuanto a la vejez totalmente de acuerdo. personalmente no le tengo miedo a la muerte ni a la vejez. Pero si le tengo terror llegar a la vejez poniendo pereque a mis familiares y no poder valerme por si mismo. Eso si me aterra. No poder comer por si sólo, no poder caminar por si sólo, no poder bañarse por si sólo etc etc etc. Eso si me da terror.
Un abrazo