Recordando a Mi Vieja



Si mi madre estuviera aún con nosotros, antier —28 de noviembre— habría celebrado su cumpleaños número 89. Esta vez fue diferente: no hubo torta ni velitas, pero sí una misa por su eterno descanso.

 

Han pasado ya nueve meses desde su partida y, aunque ha sido muy duro, he tratado de no llorar su ausencia sino de celebrar su vida. Creo que recordar sus dichos, gustos, hobbies y los momentos felices que vivió es una forma de hacerlo. Porque mi mamá, aunque no esté físicamente, sigue presente en la cotidianidad de mi vida.


De niño la veía escribiendo a mano alzada con letra pegada que, en ese entonces, era indescifrable para mí. A veces lo hacía en la taquigrafía Gregg, que había aprendido en el Liceo Femenino de Cundinamarca, donde estudió. Sostenía que si no practicaba terminaba por olvidársele.


También le encantaba leer, sobre todo novelas y revistas como Vanidades, Buenhogar o Selecciones. Le interesaba estar al tanto de la vida de las estrellas de Hollywood, que, en esos tiempos, vivía su época dorada. Sabía cuántas veces se habían casado —y divorciado— Elizabeth Taylor y Richard Burton, o cuántos años le llevaba Carlo Ponti a Sofía Loren. Era experta en la vida de Marilyn Monroe —que, por cierto, no era “Marina Monroy” dicho en inglés, como ingenuamente llegué a creer en esa época. Mi mamá tenía claro su verdadero nombre (Norma Jeane), conocía sus traumas de la infancia, adicciones y enredos con los hermanos Kennedy. Tenía un libro voluminoso con su biografía que incluía fotos. En algunas, Marilyn posaba, digamos, bastante ligera de ropa. Con la curiosidad propia de la edad —debería tener como diez años—, me atraía hojearlo a hurtadillas, en busca de ciertas fotos de mi interés. Había una, en particular, que me llamaba la atención: Marilyn tendida sobre una sábana roja, completamente desnuda. Sabía exactamente en qué página estaba. Investigación de campo, que llaman.


Los juegos de mesa eran una de sus mayores aficiones y estoy seguro de que de allí viene la mía. Jugaba cartas —baraja española—, parqués y Monopolio. En este último juego, siendo yo muy niño —tal vez, con unos tres años— me asignaba la responsabilidad de ser el Banco; obviamente, siguiendo las instrucciones del caso. Hoy, viéndolo en retrospectiva, pienso que fue una forma cariñosa de explotación infantil. Pero sin duda, su juego favorito eran las Damas Chinas. Hasta hace pocos años todavía jugábamos o lo hacía con su enfermera, que más que cumplir ese rol era su dama de compañía y, muchas veces, su cómplice y rival de partidas.


Aunque nada le caía mal y no tenía ninguna restricción médica con la comida, mi mamá siempre comió poco y, en sus últimos años, todavía menos. Le gustaba el pescado, el aguacate y el plátano en todas sus presentaciones posibles. Y si había ají en la mesa, mucho mejor. Eso sí: prefería la sopa —que casi siempre acompañaba con un banano— al seco. Su jugo favorito era el de guanábana y, en cuanto a postres, nada disfrutaba tanto como el arroz con leche.


Berthica amaba la música —toda la música—. En su juventud tocaba bandola y también se defendía con el acordeón. Ahora mismo se me vienen a la cabeza algunos de sus temas favoritos: Can’t Help Falling In Love de Elvis Presley —de quien aseguraba era el hombre más churro que había pisado la Tierra—; Best That You Can Do de Christopher Cross; En Tu Pelo de Javier Solís —tema que mi papá le dedicó—; Firme e Forte de Beth Carvalho; A Ti de Joe Dassin; La Montaña de Roberto Carlos; Amaneciendo de Adolfo Echeverría; Diciembre Azul de Edmundo Arias; Mata e' Caña de Calixto Ochoa; Que Me Coma El Tigre de Nelson Díaz; Y No Hago Más Na’ de El Gran Combo; Luna del Río de Nelson y Sus Estrellas; Atlántico de Pacho Galán y Fantasía de Diomedes Díaz. Se deleitaba con Nat King Cole cantando en español y todo lo de Los Panchos —y si la voz era la de Eddy Gormé, mucho mejor—. También le fascinaba todo lo de la Sonora Matancera, Lucho Bermúdez —que, dicho sea de paso, estudió con mi papá— y Los Corraleros del Majagual, que animaron más de un baile al que asistió en sus años mozos, precisamente cuando la agrupación estaba en pleno furor. Esos bailes los relataba a sus amigas con una mezcla de jactancia y nostalgia, como reviviendo sus mejores pasos.


Aunque durante muchos años ir al cine fue su mayor afición, en algún momento dejó de hacerlo. La última película que vio fue Sully: Hazaña en el Hudson —en 2016—, con su amiga del alma Esperancita Gamboa. En la confitería pidió un combo con crispetas extragrandes que, por supuesto, no terminó. El balde con más de la mitad se lo llevó para la casa, como si fuera lo más normal del mundo. 


Remate al Arco: En 1971, con ocasión de los Juegos Panamericanos de Cali, mi mamá me tejió un suéter verde con el símbolo blanco del certamen deportivo bordado en el pecho. Hace un par de meses, mientras vaciaba su closet para donar ropa, apareció doblado con el mismo cuidado de siempre. Lo guardó todo este tiempo. Está exactamente como lo recordaba, pero… ya no me queda. 

 

 


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5 comentarios

  1. Gracias por compartir detalles de su vida y personalidad. Que el Señor de la misericordia la bendiga y brille para ella la luz perpetua.Un abrazo

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  2. Lindos recuerdos de nuestra querida Berthica. Celebramos su memoria, enseñanzas y cariño. Un abrazo fuerte. Francisco

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  3. Dr. Conradito.nada que decir. que hermosos recuerdos. Un abrazo grande hermano. Doña Bertica debe estar muy feliz en la Gloria de Dios y orgullosa de ti.

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  4. Jorge Luis me llega al alma tu bello escrito, me alegra que tengas tan claros y vivos esos recuerdos, esa era Bertica. Una persona inolvidable, siempre con un gran cariño en mi mente y corazón. Un abrazo.

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  5. Qué bonita descripción de tu mamá y de todo lo que dejó grabado en ti.
    Me encantó la hojeada que describes jajajaja

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