Una encuesta de la empresa Medihair, especializada en tratamientos capilares y trasplantes de cabello, reveló un ranking de los países con mayor número de hombres calvos: España ocupa el primer lugar, seguida por Italia y Francia. Colombia aparece en el puesto 46.
Para entender mejor la medición, habría que revisar a quienes consideraron calvos: ¿a los totalmente descapotados, cual bola de billar? ¿Incluyeron a los calvos en ciernes, los que tienen una frente tan amplia que les llega hasta la mitad de la cabeza? ¿O también a los de pelo ralo, esos que tienen más entradas que el estadio Azteca?
Pensar en un mundo sin calvos sería... descabellado. Muchos alopécicos han brillado no solo por su cráneo descubierto, sino por su inteligencia, sabiduría y creatividad. Desde Aristóteles y Leonardo Da Vinci hasta Picasso, Steve Jobs y Jeff Bezos, pasando por Shakespeare y Gandhi. En el cine de acción parece requisito no tener pelo para triunfar: Dwayne “The Rock” Johnson, Jason Statham y Vin Diesel son prueba de ello.
En el fútbol, recuerdo las cabezas relucientes —no por decisión propia— de Alejandro Brand, Andrés Iniesta, Zinedine Zidane o Arjen Robben, por citar sólo algunos. Entre los líderes de opinión y periodistas deportivos tampoco abunda la melena: Daniel Samper (Pizano y Ospina), Julio Sánchez Cristo, Carlos Antonio Vélez, Andrés Marocco o Ricardo Orrego, no son grandes consumidores de champú. Cantantes de salsa como Oscar D’León o Cuco Valoy hicieron famosas sus imágenes alopécicas. Y en los años 70, hubo un baladista argentino, Heleno, que se volvió famoso no solo por su canción La Chica de la Boutique, sino porque hizo de su calvicie marca registrada. Por razones obvias, la prensa de farándula lo bautizó “La Rodilla que Canta”.
Alguna vez le escuché decir a Jaime Bayly —el periodista y escritor peruano nacionalizado estadounidense— que preferiría quedarse ciego antes que calvo. Obviamente, fue una exageración, aderezada con su típico humor negro. En lo personal, quizá porque creo que no me sucederá, no me preocupa demasiado quedarme sin pelo. Es un asunto que no me parece grave, aunque —de todas maneras— entiendo que el pelo es como el dinero: se aprecia más cuando se va.
Mi papá no era calvo y todos sabemos que la alopecia es una de esas herencias que nadie pide, pero llega puntual. Si estuviera destinado a perder el cabello, desde hace tiempo, ya hubieran aparecido los primeros indicios. A ojo de buen cubero, calculo que conservo la misma cantidad de pelo que hace una década, aunque nada que ver con la mata de pelo de mi amigo Omar Ortiz. Por su puesto, cada vez con más canas, como es apenas natural. Como dice el tango: “las nieves del tiempo platearon mi sien”. Eso sí, mantengo las dos entradas —las únicas grandes que tengo— que, por ahora, parece que no se profundizan. Al menos, eso quiero creer.
En todo caso, si empezara a quedarme calvo, no trataría de disimularlo acomodando meticulosamente las pocas hebras de cabello que me van quedando, para tapar lo que ya es evidente. Si lo hiciera, lo único que lograría sería parecerme a un código de barras visto desde arriba. Tampoco me gustaría verme como el exfiscal Francisco Barbosa, con dos pronunciadas entradas y un moñito en la mitad. Ese look me recuerda las fachadas de los antiguos moteles de Chapinero: dos entradas a los lados y unas maticas en el centro. Y mucho menos, recurriría a un bisoñé como lo hace Julio Ernesto Estrada, a quien todos conocimos —con pelo— como Fruko; ni me sometería a un implante, como lo hizo el presidente Petro, con la esperanza que algún día germine para empezar a lucir una tierna mota.
Así que, si la alopecia llama a mi puerta, daría un paso adelante y me raparía del todo. No me gustaría quedarme calvo por cuotas. No confío en los tratamientos capilares con fórmulas mágicas que prometen detener la caída del cabello. Un amigo compró un champú “anticaída” y solo logró dejar de resbalarse en la ducha.
En conclusión, tengo claro que lo único que realmente detiene la caída del cabello es el piso. Y frente a eso, solo sirve la resina. La resina… ción.
Para cerrar, un consejo para quienes ya tienen síntomas de alopecia: si quieren verse con pelo dentro de unos años, lo mejor es que se tomen una selfie, ahora que todavía lo tienen.
Remate al Arco. Hace años compartí peluquero con un amigo dueño de un tremendo desierto capilar. Solo le quedaban unos cuantos pelitos a los lados y en la parte de atrás, sobre la nuca.
Teniendo en cuenta su condición, siempre me intrigó que fuera cliente recurrente de la peluquería, si no había mucho que cortar. Un día le pregunté a nuestro común peluquero:
—¿Y tú que le quitas a Fernando, si es calvo?
—Los quince mil pesos —me respondió sin despeinarse.

Espero que algún día haya una ayuda efectiva para esta condición. Imagino que los pobres caballeros que recurren al código de barras o al bisoñé lo hacen porque la ausencia de pelo lastima su seguridad. Y aunque para las mujeres existen extensiones, pelucas y muchas otras cosas que ayudan a lucir una abundante y sedosa cabellera, cada vez es más frecuente la alopecia femenina quizá producto de tratamientos tintes y cuanta cosa se inventa la industria cosmética.
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