Los Postres de Francia

 



El ruido que escuché esa mañana cada vez se iba haciendo más fuerte. Sonaba como el taca-taca-taca de un helicóptero. Salí al balcón de mi habitación que queda en el tercer piso y lo comprobé: Era un helicóptero camuflado del ejército colombiano. Justo en ese momento pasó volando, un poco bajo, por encima de mi casa. Tan bajito que parecía que iba a aterrizar en la zona de parqueaderos de visitantes del conjunto. Salí rápidamente de la casa y sin perderlo de vista pude darme cuenta de que se dirigía hacia la Cabaña de Alpina. Yo vivo relativamente cerca de la Cabaña, así que, motivado por la curiosidad, corrí en esa dirección. Al llegar vi que el helicóptero había aterrizado pero sus hélices aún permanecían girando, aunque cada vez con menos velocidad. Aun así, producían bastante viento y el ruido todavía era fuerte.


No debe ser usual que aterrice un helicóptero en Sopó y menos en el césped de la Cabaña de Alpina. Por eso, varios curiosos, como yo, nos habíamos agolpado para ver de cerca la aeronave y saber quiénes eran sus ocupantes. Pasaron varios minutos para que las aspas se detuvieran. Una vez estuvieron quietas del todo, se bajó un hombre de gafas oscuras con pinta de guardaespaldas. Luego, ayudada por éste, descendió una mujer que todos reconocimos: era nuestra vicepresidenta Francia Márquez.

La mayoría de la gente la aplaudió. Algunos lanzaron un ¡Viva Francia! Y no faltó el que pretendió tomarse una foto con ella, pero uno de los escoltas, de manera enérgica, lo impidió.

Ante ese inesperado recibimiento, la vice consideró que debía dirigir algunas palabras a quienes estábamos allí.

—Ciudadanas, ciudadanos y ciudadanes —empezó diciendo Francia. He trabajado y luchado por proteger los derechos de mi pueblo, de mi etnia y por preservar el legado de mis ancestros y ancestras, porque…

En ese momento, una persona que estaba a su lado la interrumpió y discretamente le hizo caer en cuenta que no había periodistas ni presencia de medios de comunicación.

—Eso era todo —concluyó Francia.

—¿Señora vicepresidenta, a que debemos el gran honor de tenerla en Sopó? —indagó un hombre que minutos antes la había vitoreado.

La vice lo miró y sin responderle nada caminó hacia el interior de la Cabaña.

Otra persona insistió:

—Doctora Francia, díganos a que vino. ¿Hay algún programa del Ministerio de la Igualdad para este municipio?

Ante las inquietudes manifiestas, Francia se detuvo y con una mirada desafiante, finalmente contestó:

—Vine a comprar unos postres. ¿O es que no tengo derecho por no ser una mujer blanca de élite?

Seguidamente, se respondió a sí misma y puso una cara que no pude descifrar. No sabía si de su rostro tenso iba a nacer el llanto o quizá una mueca de desagrado.

—Claro que tengo derecho. Es el derecho legítimo de nosotras las nadias.

—Pero vicepresidenta, ¿no cree que sale muy costoso? —preguntó tímidamente una señora.

—Yo sé que los postres de Alpina son caros, pero hoy en día, ¿qué hay barato? —replicó Francia.

—No me refería a eso, si no al costo de trasladarse en helicóptero. Son como $16 millones la hora. Mejor dicho, lo que cuestan 16 mojarras en Cartagena.

—Pues yo no pedí el helicóptero. Y pueden llorar, pero seguiré utilizándolo porque me lo asignaron para mi seguridad.

Y luego añadió, con una arrogancia poco disimulada:

—Y sepa que de aquí salgo a comprar una cebolla y unos tomates que necesito para el almuerzo. Y si a alguien no le parece… ¡de malas!

Se alejó y nadie pudo seguirla al interior de la Cabaña, por disposición del esquema de seguridad. La tienda estaba abierta solo para ella. Al cabo de un rato, salió con una bolsa llena de postres. Se advertía que ya había cedido a esa dulce tentación porque en la comisura de sus labios había rezagos de lo que debió ser una milhoja. La pizca de crema pastelera resaltaba en su tez morena.

Sin mirar a nadie se dirigió al helicóptero. La gente ya no la vitoreó. Yo me había situado cerca de la aeronave de modo que alcancé a escuchar lo que le dijo al piloto, antes de que se cerrara la puerta: “Ponga el güeis que vamos pa’ Carulla de Centro Chía”. Por un segundo, alcancé a ver el interior de la cabina: sobre el panel de instrumentos colgaban unos dados de terciopelo y el timón de dirección estaba forrado con un peluche marrón. Después supe que eran accesorios que la vicepresidenta había mandado colocar. También, contra toda opinión en contrario, hizo colocar en el exterior trasero del helicóptero una calcomanía que dice “¿Cómo conduzco?”

Todo el mundo presenció su partida en silencio. Solo una persona se animó a romperlo con un comentario en voz baja: "Ahora entiendo lo que es vivir sabroso”

El helicóptero se alejó de nuevo con su taca-taca-taca y los presentes, un poco despeinados por el viento que produjo las hélices, lo seguimos con la mirada hasta que se perdió en la distancia. Me devolví a mi casa caminando despacio, mientras pensaba que ojalá no le pase nada a Petro y Dios permita que pueda terminar su mandato.

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1 comentario

  1. Muy buena anécdota Jorge, lástima que no la pudiste grabar jajaja, o sí, mandame el video. Yo vi ese mismo helicotero (como ella lo pronuncia) en el Parque Simón Bolívar y era paseando el perro, jaja. Y si "de malas" los que votaron por ella y todos nosotros que no la tenemos que aguantar 3,5 años más

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