De Striker a Fuleco

 



He tenido la fortuna de asistir a dos mundiales de fútbol (sin contar el Sub-20 que se realizó en nuestro país). El primero fue el de Estados Unidos ’94 y tuvieron que pasar 20 años para el segundo, el de Brasil 2014.


Pese a toda la tecnología que existe hoy en día para la televisación de un partido de fútbol, en donde con la ayuda de drones y multicámaras de alta velocidad se puede ver una misma jugada varias veces y desde diferentes ángulos; la magia de estar en el estadio es algo maravilloso. Más allá del resultado, haber visto la selección en una Copa Mundo ha sido una experiencia inigualable.

Tomé la decisión de ir al mundial de Estados Unidos el 5 de septiembre de 1993, la tarde en que Colombia clasificó al derrotar a Argentina 0-5 en el Monumental. Tal vez por este partido, se auguraba una buena actuación de nuestra selección, pero nos eliminaron en fase de grupos. La primera y única vez que he llorado por un partido de fútbol fue cuando perdimos con Estados Unidos. Ese fue el día del autogol de Andrés Escobar. Rumania nos había derrotado, en nuestra primera salida, y este nuevo revés nos dejaba sin ninguna oportunidad para pasar a octavos. Si bien fue triste la eliminación, lo más doloroso y lamentable fue enterarnos del asesinato de Andrés. La gente, al ver que éramos colombianos, nos preguntaban asombrados, si lo habían matado por el autogol. Que trago tan amargo el que tuvimos que pasar.

El mundial de Brasil 2014, fue todo lo contrario. Para empezar, a diferencia de Estados Unidos, Brasil es un país que ama el fútbol e hicieron del mundial una gran fiesta. Nuestra selección hizo los 9 puntos de la fase de grupos, jugando bien y ganando los partidos con suficiencia. Colombia llevaba 26 años sin asistir a la cita mundialista, lo cual me generaba incertidumbre y mucha expectación. Puede hacerse una buena eliminatoria, pero jugar un mundial es otra cosa. El primer partido fue contra Grecia en el estadio Mineirao de Belo Horizonte. La ubicación que tenía en el estadio no podía ser mejor y pude ver de cerca el primer gol de Colombia a los 5 minutos de iniciado el juego. Fue el de Pablo Armero. Todos celebramos a rabiar el golazo de James en octavos frente a Uruguay, pero me quedo con este. Era volver anotar en un mundial y lo canté con el alma. Cuando marcó Armero fue como si el gol lo hubiera hecho yo. En ese momento me abracé con mis amigos y con personas de camiseta amarilla totalmente desconocidas pero que compartían mi alegría. El festejo de un gol no distingue quien es cercano y quien no. Eso tiene el fútbol, hace que nos abracemos con personas que no conocemos y en la euforia del festejo los sintamos como amigos. Y pensar que Pablo Armero no tiene ni idea lo feliz me que me hizo con ese gol. Ni siquiera sabe que existo.

No me he sentido tan colombiano como en los partidos de la selección en los mundiales. El patriotismo con el que se canta el himno nacional no tiene comparación. En esas ocasiones he sentido que la selección es el país mismo. Es una representación profunda de lo que somos como colombianos y en ese sentido, es que las emociones que nos producen, sus triunfos o fracasos nos llegan tan hondo.

Remate al Arco: Cuando asistí al primer mundial estaba soltero y para el segundo, ya me había separado. Parecería difícil ir a una Copa Mundo si se está casado. Es solo una reflexión rápida. No es que les esté dando ideas a mis amigos casados que me leen y sueñan con asistir a un mundial.



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4 comentarios

  1. Que buena experiencia Jorge. Asistir a un Mundial no tiene precio. Bueno, lo tiene porque precisa de una inversión económica alta, pero la experiencia de haber asistido a un Mundial, en tu caso dos, no sé la quita nadie. El próximo Mundial es una buena oportunidad para que la tengas en cuenta. Eso, ! si Colombia clasifica y vuelve a sus mieles de jugar fútbol ofensivo y no defensivo!. Un abrazo

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  2. Bueno a ver si nos vemos en el oróximo mundial.

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  3. Ya nos estamos preparando para el próximo mundial.

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  4. Que buenas experiencia y muy bien narradas las anecdotas vividas. Un abrazo apreciado Jorge

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