Barras Bravas: El Lado Oscuro del Fútbol


 


Como proyecto final para su clase de Gestión Editorial, mi hija María Juliana, estudiante de Comunicación Social, debió crear y publicar un libro. La obra titulada Entre el Suelo y la Piel reúne distintas miradas sobre la colombianidad. Autores convocados —y la propia Juli— reflexionan, desde sus experiencias, sobre lo que significa habitar este país y pensarlo “desde sus zapatos”.


Atendiendo a su invitación, escribí el texto que comparto a continuación. Me puse en los zapatos de un hincha del fútbol —algo nada difícil para mí— y, desde ahí, reflexioné sobre la violencia en los estadios.

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Pocas cosas nos definen tanto como colombianos como la manera en que vivimos el fútbol. El comportamiento de los hinchas refleja mucho de lo que somos como sociedad. Y cuando hablamos de ese grupo de desadaptados que conforman las llamadas Barras Bravas, la radiografía resulta todavía más cruda.

Para nadie es un secreto que la violencia ha permeado el fútbol profesional colombiano. Desde hace ya bastante tiempo, hemos presenciado los excesos de estos mal llamados hinchas —en realidad son unos delincuentes disfrazados de aficionados— que, de alguna forma, desnudan la inconformidad de un país donde muchos viven entre precariedades e incertidumbre. Frente a este fenómeno, la pregunta de fondo que sigue sin responderse es: ¿por qué hay tanto odio, tanto resentimiento y tanta aversión hacia el hincha del equipo rival? Bajo el pretexto de una pasión mal entendida, se enfrentan con sus contrarios, empuñando todo tipo de armas blancas, tanto dentro y como afuera de los estadios. Aquí cabe otra pregunta: ¿cómo es posible que estos vándalos ingresen cuchillos, mientras que a los aficionados de bien ni siquiera se nos permite entrar con cinturón?

Se sabe, además, que las Barras Bravas de diferentes equipos cuadran sus peleas a través de las redes sociales. Se citan para enfrentamientos salvajes, auténticas batallas campales motivadas, absurdamente, por el color de una camiseta. Los resultados suelen ser trágicos. Pareciera que el colombiano es violento por naturaleza. Y en este caso, se vale del anonimato, camuflado en medio de la masa, para sacar lo peor de sí mismo y cometer actos que posiblemente no realizaría si estuviera solo, con su identidad expuesta. Al estar en la barra se transforma, se siente respaldado y es capaz llevar a cabo cualquier acción sin pensar en las consecuencias.

Si bien las campañas de pedagogía y sensibilización orientadas a la tolerancia, tienen gran valor para que quienes tienen una pasión o idea diferente puedan compartir el mismo espacio, la realidad es que resultan insuficientes. A la par, se requiere endurecer las penas para los violentos. Hay que castigar ejemplarmente a los responsables de los desmanes en los estadios. Para ello, se hacen necesarias acciones específicas y voluntad política del gobierno nacional y de las autoridades locales.

No se entiende por qué, si se identifican plenamente los responsables de actos violentos y se tiene la evidencia de sus actos, no son judicializados y enviados a prisión. Se debería individualizar a los infractores y aplicarles la ley penal. Tentativa de homicidio, lesiones personales o porte ilegal de armas son delitos por los que bien podrían responder. La justicia no puede ser laxa frente a quienes atentan contra la vida de otros en medio de un espectáculo deportivo. No puede ser que simplemente se les aplique un veto por un par de meses para impedir que regresen al estadio. Si se opta por una medida restrictiva, debería ser indefinida, previa identificación y reseña a través de medios tecnológicos. Por tanto, hay que dotar a los escenarios con herramientas de reconocimiento facial para asegurar que quien cometa actos de violencia no vuelva a pisar un estadio nunca más. Este asunto corresponde a las alcaldías, ya que los escenarios deportivos —con excepción del estadio del Deportivo Cali— son públicos. Lo que no resulta justo es trasladar toda la responsabilidad a los clubes, obligándolos a jugar a puerta cerrada cuando los desmanes escapan de su control. Estamos frente a un problema de orden público y como tal, así tiene que asumirse.

Para quienes amamos el fútbol y lo entendemos como el deporte rey, es una pena que existan —y proliferen— esta clase de fanáticos que le hacen un gran daño al espectáculo y ahuyentan a quienes solo queremos alentar con tranquilidad a nuestro equipo. Para enfrentar este flagelo —que sigue sin poderse erradicar ni en nuestro país ni en el mundo— habrá que tomar medidas de fondo o de lo contrario los clubes van a perder clientela, en detrimento de sus intereses y de todo el negocio que gira en torno al balón. Algunas medidas posibles serían carnetizar a los aficionados, eliminar la boletería de cortesía para las barras, identificar a sus integrantes e incluso incrementar el precio de las entradas en las tribunas destinadas para su ubicación, aunque algunas de estas barras literalmente se adueñaron de los espacios. Nadie va a querer asistir —y menos con la familia— a un lugar percibido como inseguro.

El llamado, entonces, es para que el gobierno, en conjunción con los mismos clubes y los actores privados que se benefician del espectáculo (patrocinadores, operadores logísticos, el canal de televisión autorizado para transmitir los juegos, por mencionar solo algunos), encuentre urgentemente la solución a esta problemática. Quienes disfrutamos del fútbol y nos encanta acompañar a nuestro equipo, debemos tener la tranquilidad de que lo podemos hacer sin sentir que arriesgamos nuestra integridad personal. Que el estadio pase de ser una zona de conflicto a ser una zona de paz, un espacio seguro para el sano esparcimiento. Que el único riesgo sea que el equipo de nuestros amores pierda.

Defendamos el fútbol y a la buena afición. No permitamos que las Barras Bravas lo socaven y manchen el espectáculo deportivo. Con tanta violencia incrustada en nuestro país, al menos que podamos asistir al estadio en paz.

Una reflexión final: ¿será que esta violencia exacerbada de las Barras Bravas es el triste reflejo de los tiempos que vive nuestra sociedad, atrapada en sus propios odios?


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1 comentario

  1. Un fenómeno copiado de otros países y desafortunadamente los integrantes son muchachos socioeconomicamente en desventaja, sin oportunidades y que encuentran en la barra un sentido de pertenencia. GCM

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