El presidente Petro, fiel a su estilo de francotirador verbal, en su cuenta de X y luego en su discurso del 7 de agosto en Leticia, acusó a Perú de haberse apropiado de Santa Rosa, una isla sobre el río Amazonas que surgió hace medio siglo. Según él, la posible pérdida del puerto de Leticia se debe a la decisión que tomó el Congreso peruano, hace casi dos meses, de aprobar una ley que tras crear el distrito de Santa Rosa, lo adhiere a su territorio con cinta pegante.
Según los expertos, la delimitación fluvial es compleja y generalmente trae problemas cuando los ríos sirven como frontera. En el caso del Amazonas, la sedimentación ocurre del lado colombiano, generando islotes que cambian de forma y de posición a lo largo de los 116 kilómetros de frontera compartida. Así, Petro propone negociar la soberanía de la isla, que en su interpretación, nunca ha sido adjudicada a ninguno de los dos países. En la otra orilla —nunca mejor dicho— la presidenta peruana, Dina Boluarte, a quien Petro no reconoce como la legítima sucesora de Pedro Castillo, declaró, el viernes pasado, que no hay nada que negociar y reafirmó que Santa Rosa es tan peruana como la Inca-Kola. De por sí, esta isla está habitada por ciudadanos peruanos desde hace décadas, lo que, admitámoslo, no ayuda mucho a la causa colombiana.
Ahora, yo me pregunto: ¿para qué quiere Petro otra Santa Rosa, si ya tenemos varias? Repasemos: Santa Rosa de Cabal (Risaralda), Santa Rosa de Osos (Antioquia), Santa Rosa de Viterbo (Boyacá) y Santa Rosa del Sur (Bolívar), por citar algunos ejemplos. Y si lo que quiere es más territorio, pues que le pida al ELN que nos devuelva El Catatumbo y a las disidencias de las FARC, el sur del Cauca y el Guaviare, entre otras zonas. Me parece irónico que Petro, que no puede con la Guajira o el Chocó, ahora pretenda gobernar una islita que desconocía hasta hace unos meses. ¿O será que es una maniobra política para exacerbar el nacionalismo —al mejor estilo de Chávez y Maduro— de cara a las próximas elecciones?
Sea como sea, lo deseable es buscar alternativas diplomáticas, para evitar el riesgo de que Leticia pierda el acceso directo al río Amazonas. Nadie quiere otra guerra con Perú, como la que se libró entre 1932 y 1933. Y mucho menos ahora que no tenemos tanques de guerra y que los aviones de combate —los kafir— tienen más de 40 años. Por tanto, me parece que si no se alcanza un acuerdo binacional, podríamos solventar el conflicto de otras formas más creativas y amables.
Lo primero que se me ocurrió para ver quién se queda con la isla, es un concurso gastronómico, pero rápidamente deseché la idea. No hay bandeja paisa o ajiaco que pueda con un ceviche peruano o unos anticuchos. Luego pensé que el asunto podría dirimirse a favor del país que tenga más expresidentes condenados. Ahí también nos gana Perú. Tiene varios: Fujimori, Toledo y Humala, entre otros. Nosotros apenas estrenamos uno y nos tomó 13 años condenarlo. Así que no era por ahí la cosa. Consideré, entonces, hacer una competición entre la obra de los premios Nobel de Literatura de los dos países. La de García Márquez y la de Vargas Llosa. Pero tampoco, porque me imagino terminaría en empate.
También pensé que se podría zanjar la disputa con una partida de ajedrez o un partido de fútbol en cancha neutral, pero las dos opciones podrían ser demasiado riesgosas. Así que lo mejor y para ir a la fija, sería un certamen de belleza: que se escojan al azar 100 colombianas e igual número de peruanas y que un jurado internacional decida qué país tiene las mujeres más bellas. El ganador será el que se quede con la isla. Como no creo que Perú lo acepte, tendremos que acudir a la Corte Internacional de Justicia de La Haya (La Haiga, como dicen algunos).
Remate al Arco. No falta sino que Perú nos exija visa. Y ahí sí se nos complicaría ir a La Rosa Náutica y a Huaca Pucllana. Porque no creo que tengan domicilios hasta aquí.

Jijiji. Irónico y bueno
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