El domingo pasado no tuve a mi vieja para celebrarle el Día de la Madre. Fue el primero sin ella, dos meses y medio después de su partida, que me dejó un dolor tan inmenso como íntimo. Por más afecto que alguien le tuviera, su tristeza no pudo aproximarse a la mía. Y tal vez, fue eso lo que me hizo sentir solo en ese momento. Si bien estuve rodeado de abrazos sinceros de familiares y amigos, no tuve con quién compartir el dolor desde el mismo rincón del corazón y nadie puede sentir su ausencia como yo. Creo que la pena más profunda es también la más solitaria.
No importa cuán viejo se sea, perder a la mamá es una prueba muy dura. En mi caso, ha sido particularmente difícil, porque mantuvimos una conexión especial. Además de haber sido una madre maravillosa, fue también padre, hermano, confidente y cómplice. La nuestra fue una relación estrecha que fuimos tejiendo a lo largo de la vida. Todavía tengo vivos sus sabios consejos, con frases simples cargadas de sensatez o a veces, citando a escritores y filósofos.
Le debo mucho a mi mamá, aunque nunca me prestó plata —siempre me la regalaba—. Su legado no solo fue la formación y la educación. Me enseñó a amar los libros y la música y me transmitió el gusto por el fútbol, el cine y los juegos de mesa. Mi afición por escribir, que comenzó desde mi infancia —a los ocho años escribí mi primer cuento–, es también herencia suya, aunque, para ser justo, viene también de mi padre, de quien puedo decir que escribía muy bien. Ahora soy el guarda de la novela y las cartas que él le escribió, y que ella atesoró hasta el último de sus días.
Si de algo estoy seguro es que mi madre vive —y vivirá— en mi corazón por siempre. Sigue viva en cada palabra que escribo. La recuerdo no en su fragilidad final de las últimas semanas, sino en la plenitud de su vida en la que vi a una persona inteligente, determinada y con un sentido claro de lo correcto. Una mujer valiente y luchadora, capaz de superar la adversidad y los obstáculos que encontró en su camino.
Se fue la persona que más me quería en el mundo. Durante más de 60 años me regaló un amor puro, incondicional, genuino y desinteresado. Un amor inconmensurable e imperecedero, a veces expresado con un toque egoísta. Cómo la extraño y cómo me cuesta hacerme a la idea de que, al fin de cuentas y sin importar mi edad, he quedado huérfano.
Hace ocho días mi mamita adorada no estuvo físicamente para darle un beso. Se lo envié al cielo con todo mi amor, mientras llega el momento de reencontrarnos. Por lo pronto, solo me queda aferrarme al recuerdo de los felices momentos que vivimos juntos.
Remate al Arco: Sigo con el corazón apachurrado por la partida de mi madre. Y aunque sé que fue lo mejor porque su calidad de vida ya se había deteriorado, aún no logro acostumbrarme a vivir sin ella. Y cuando el dolor asoma, trato de distraer la tristeza y recuerdo las palabras de Buda: "El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional."
Amigazo con usted siempre y aún más en este duro pasaje. Un abrazo desde el Corazón. El Eterno e Infinito me le dé consuelo y la certeza de que su Señora Madre está en su presencia. Saludo
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