¿Viveza o Corrupción?

 



Tal vez puede parecer injusto y exagerado, pero creo que somos una nación proclive al dinero fácil. Desde hace varias generaciones, tenemos una tendencia arraigada en nuestra cultura para inventarnos negocios altamente rentables, sin importar si están al margen de la ley. La astucia —léase viveza— del colombiano lo impulsa a aprovechar las oportunidades que se le presentan para su provecho personal, aun si “la línea ética se corre un poco”, como dice nuestro impoluto embajador en Chile, Sebastián Guanumen.


Eso de dárnoslas de vivos, que viene de serie, nos lleva, casi que en automático, a cruzar la sutil frontera entre la viveza y la corrupción, que, dicho sea de paso, no es una práctica exclusiva del sector público. Por ejemplo, cuando elaboramos nuestra declaración de renta y hacemos maromas para pagar menos impuesto; cuando le “colaboramos” al policía de tránsito para que no nos ponga una infracción o cuando en épocas de la universidad fotocopiábamos un libro completo —desconociendo los derechos de autor— en vez de comprarlo, con el fin de ganarnos el dinero que nos dieron en casa para adquirirlo, ¿en cuál categoría se sitúan estos hechos? ¿Son muestras de viveza o actos de corrupción?

En esa doble moral que manejamos, muchas veces hacemos lo que condenamos: sostenemos que el contrabando perjudica la economía del país, pero compramos en San Andresito y si es sin factura, mucho mejor, para ahorrarnos el IVA. Cabe aquí hacernos la siguiente pregunta: ¿cuántos de los que repudian un hecho de corrupción en el que alguien recibió una coima por otorgar un contrato, hubieran procedido de la misma manera, de haber estado en su lugar? Me parece que aunque todos nos decimos íntegros, no sabremos si lo somos en realidad, hasta que vivamos una situación que nos ponga a prueba.

La tesis que trato de exponer es que en los temas de corrupción, como en asuntos de infidelidad, muchos no tienen antecedentes simplemente porque no se les ha presentado la oportunidad. Si alguien dice que no es corrupto, le creo si estando en un cargo con poder y con total autonomía para disponer de un abultado presupuesto, rechaza el ofrecimiento de una jugosa comisión a cambio de adjudicar un contrato. Si frente a un maletín abierto, repleto de dinero —como el que dicen le entregaron al presidente del Senado con $3.000 millones, en el escándalo de la UNGRD— se abstiene de aceptarlo, aun sin riesgo aparente de ser descubierto; entonces, sí podemos decir que es una persona más incorruptible que el cuerpo del Padre Pío. Pero si por el contrario, nunca ha sido ordenador del gasto ni ha estado en una posición con autonomía para contratar, es posible que no haya podido comprobar que tan sólida es su probidad.

Lo mismo pasa con el hombre que presume de serle fiel a su pareja. Si el tipo es más feo que letra de médico con síndrome de Tourette y, además, no tiene suerte con las mujeres, pues claro que es fiel, pero no por decisión propia si no por las circunstancias. La prueba de fidelidad para un tipo casado o que está en una relación, sería si estando a solas en el apartamento de una mujer bella y sensual, se resiste ante sus intenciones explícitas por seducirlo y le dice algo como: “Mejor vístete que ya me tengo que ir para la casa”.

Remate al Arco. En 1988, recién empecé a trabajar en Arthur Andersen, la otrora prestigiosa firma de auditoría, la empresa me envió, junto con varios compañeros, a una capacitación en México. Previo al viaje, se nos entregó una suma en dólares para cubrir algunos gastos menores o imprevistos, pues todo lo demás estaba cubierto.

De regreso a Bogotá, diligenciamos el reporte de gastos, que no era otra cosa que la justificación de la utilización de los dólares recibidos. Entre otros conceptos, incluimos el costo de los taxis más las propinas que dimos. Uno de los socios de la firma, entendiendo lo que en realidad pasó, nos reunió y con cierto humor comentó: “Pareciera que ustedes no les gusta viajar juntos, a juzgar porque cada uno tomó un taxi por separado. Además, sorprende la generosidad de todos al dar siempre 5 dólares de propina por cada trayecto”. Como era fácil de intuir, la realidad fue que compartimos el taxi e hicimos “vaca” para pagarlo y para la propina, pero al reportar las cuentas individuales, cada quien incluyó el costo del transporte en su totalidad para ganarse unos dólares. Por fortuna, esto no pasó de ser una anécdota y no tuvo consecuencias.

No sé si los auditores de otros países de la región, que también viajaron a la capacitación, hicieron algo similar o este es un ejemplo de esa viveza patrimonio exclusivo de los colombianos. Lo que sí sé, es que si hoy alguien me preguntara si creo que allí se configuró un acto de corrupción, respondería como lo hacía el presidente Uribe cuando un interrogante le resultaba incómodo: “Siguiente pregunta” 

 

                

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2 comentarios

  1. Estimado amigo las dos, viveza y corrupcion y el vivo vive del bobo y el bobo de papa y mama. GCM

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  2. Varias cosas al rededor de éste tema, lo de la malicia indígena, eso para nada es de nuestros antepasados, eso es heredado de los malhechores españoles que nos conquistaron. De ellos viene esa corrupción heredada. Y sí conozco personas que han sido tentadas con bastante dinero y no han caído, creo que eso deviene de los principios inculcados, lo otro lo de la infidelidad también es un tema que conjugado con el anterior de requiere para lograr ser íntegro, difícil pero no imposible.

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