Recuerdos Redondos

 



No sé si hoy en día los niños lo hacen, pero en mi infancia todos jugábamos fútbol —es posible que ahora lo hagan, pero en FIFA 23 o un videojuego similar—. Recuerdo que a la hora de patear un balón cualquier terreno servía. Jugábamos en un parque —los arcos se delimitaban con los suéteres doblados o con los morrales del colegio que el arquero corría disimuladamente para achicarlos— en la calle, en un potrero o en el patio de la casa y, a falta de éste, en la sala, con el riesgo de romper el florero o el cisne de porcelana que no podía faltar en la mesita de centro. Por eso, entre muchas otras razones, es que el fútbol es maravilloso: se puede jugar en cualquier lado, para su práctica solo se requiere una pelota —o algo parecido— no se necesitan implementos especiales y sus reglas son sencillas.


Tan se puede jugar en cualquier lado, que, en épocas de la universidad, alguna vez, con mis amigos, improvisamos un partido de fútbol en el pasillo que quedaba enfrente del salón de clase, mientras esperábamos al docente de Elaboración de Proyectos, con quien teníamos examen ese día. El profesor se llamaba Conrado Jaime —pareciera que fuera al revés, pero Conrado era su nombre y Jaime su apellido— Era malgeniado, arbitrario y le encantaba ponerles sobrenombres a sus alumnos. Para el juego y a falta de balón, hicimos una pelota con los elementos que tuvimos a mano. A pesar de no tener claramente definidos los arcos, nos esforzábamos por marcar un gol de cualquier manera. Todos los que estábamos en el pasillo participábamos animadamente del juego, excepto Bernardo Tobón, un compañero que, recostado en el marco de la puerta del salón y con las manos en los bolsillos del pantalón, se entretenía viendo esa degradación de fútbol. Nos dejamos llevar por la euforia del juego y nadie advirtió la llegada del profesor. Cuando nos percatamos de su presencia ya había “invadido el campo de juego”. Al verlo nos quedamos paralizados en completo silencio. Sabíamos que venía una “amonestación”. Con cara de quien está expulsando un cálculo renal, nos señaló a cada uno con su dedo índice, mientras decía: “tiene uno”. Todos entendimos que era la notificación de la nota que nos pondría en el examen. Cuando señaló a Tobón, a quien había bautizado como Niño Dios, y después de anunciarle la que sería su calificación, éste, en un intento por salvarse, le replicó:


— Pero, profesor, yo no estaba jugando.

— Ah, ¿no? Entonces usted era el árbitro. ¡Pues tiene cero!

El silenció se rompió por la carcajada, que, al unísono, soltamos todos. Todos, menos Niño Dios.

Nunca jugué fútbol con el rigor que exige el deporte. Jamás me he puesto guayos y las veces que he pisado la grama de un estadio ha sido en un concierto. Lo que sí jugué en mi niñez y adolescencia, fue ese fútbol de barrio en el que se apuesta la gaseosa y al más malo lo ponen a tapar. Nunca me tocó de arquero, no porque jugara bien si no porque generalmente era el dueño del balón y eso contaba.

Viendo el asunto en retrospectiva, creo que la razón por la cual no jugué fútbol a nivel competitivo, pudo ser la falta de condiciones para hacerlo aceptablemente. Sin embargo, hoy considero que la verdadera causa fue que nunca desarrollé una capacidad esencial que tienen los futbolistas: la de poder escupir con fuerza a varios metros. Alguna vez, en medio de un partido, lo intenté y me salió una saliva escaza y dispersa, como en aerosol, que al no ser expulsada con fuerza hacia la cancha se me quedó colgando de mi labio inferior. Me sentí avergonzado conmigo mismo y nunca más lo volví a intentar. Confieso que admiro tanto al futbolista que marca un golazo como al que lanza vigorosamente y a gran distancia un escupitajo sobre el césped. Me parece que es algo digno de elogiar por la buena cohesión de saliva que exige la maniobra. La próxima vez que esté en el estadio y vea a algún futbolista hacerlo, no dudaré en pararme y aplaudir.

Tal vez te interesen estas entradas

7 comentarios

  1. Jorge, si, el fútbol te queda corriendo por las venas desde muy niño, es una pasión única el jugar y verlo jugar, recuerdo mi primer mundial del cual tengo memoria,al verlo en un TV a blanco y negro de 12" tal vez o más pequeño que se encendía con unos cables conectados a una batería de carro, en Astrea nunca había luz eléctrica. En mi caso, creo que Jugaba mucho y bien, los que me conocieron en la niñez y juventud, pueden dar fé de ello, a veces pienso en retrospectiva en mi hipotética vida de futbolista, cómo hubiese sido. Pero bueno hoy en día lo disfruto viendo y a la vez destacando el nivel técnico tan bajo que se requiere para ser futbolista. Un abrazo 🙏

    ResponderBorrar
  2. Gracias Bladi, por tu comentario. Te creo cuando dices que jugabas bien. De ahí que Mbappé sea un crack... je je je

    ResponderBorrar
  3. Excelente mi estimado Conrado. Muy bueno

    ResponderBorrar
  4. Muy buen artículo Jorge, para mi te falto que la mayoría de las veces jugabamos "al gol la camiseta", porque todos saliamos con cualquier camiseta y si era de algún equipo de futbol era de nuestro pais, ya que no se conseguían de equipos europeos y no teníamos como ver un partido, hasta que los.domingos Alberto Piedrahita Paxheco nos traía juegos de equipos Alemanes.

    ResponderBorrar
  5. La pasión por el futbol se vive como cada uno la sienta, muy buena nota..!!!

    ResponderBorrar