Aunque era mi primo, en realidad, nunca lo vi como tal. Para mí, Alejandro era como un hermano mayor al que se quiere emular o un tío joven que se vuelve cómplice. Alejito, como lo llamé durante mucho tiempo, se nos fue hace 10 años y con su partida perdimos no sólo un gran ser humano, si no el centro de gravedad de mi familia materna.
Tengo varias anécdotas de Alejandro y muchos recuerdos, todos gratos e inolvidables, que en su mayoría están asociados a mi niñez. Cuando vino a Bogotá el Papa Pablo VI, estuve con Alejandro en una misa que ofició el Santo Padre, al aire libre, en el barrio Venecia. Para que no me extraviara entre la multitud —yo tenía 5 años— me sujetó de la mano todo el tiempo. Bastó solo un segundo de descuido, para que me soltara y me le perdiera. Me imagino su cara de angustia. Por fortuna me encontró a los pocos minutos viendo televisión en un establecimiento cercano. Como en casa no teníamos televisor, era entendible la atracción que me despertaba esa cajita mágica.
Siempre fue un hombre generoso y detallista. En los tempranos años 70, sin experiencia laboral, empezó a trabajar como mensajero en la Secretaría de Salud de Cundinamarca. Con su sueldo, que me imagino era modesto, me invitó a una velada de lucha libre, que en ese tiempo era lo máximo para mí. Todavía me acuerdo de que el show fue en la Arena Bogotá y que estuvimos sentados en ringside, lo que nos permitió ver de cerca cada combate. Como olvidar la primera vez que vi a Millonarios, mi equipo del alma, gracias a que Alejandro, que era hincha de Santa Fe, me llevó a El Campín al clásico capitalino.
Hombre de fe siempre mantuvo a Dios en su vida. Alguna vez, en una Semana Santa en Viotá, su pueblo natal, fue Jesús en una dramatización de la pasión y muerte de nuestro Señor. Aún tengo fresca en mi memoria, la escena en la que caminaba por las calles del pueblo cargando la cruz —que se veía pesada— en medio de un calor asfixiante y con una peluca mal puesta que amenazaba con caerse.
Varias cosas le admiré a Alejandro; entre ellas, su inteligencia, sentido de responsabilidad, bondad y caballerosidad. En contraste, nunca alabé sus habilidades culinarias, pues siendo un muchacho recién llegado a Bogotá, intentó hacer arroz y por desconocimiento, solo vació el arroz en la olla sin echarle agua. No vi el resultado de esa malograda preparación, pero me imagino que fue una gran “pega” resistentemente adherida a la olla.
Amante de la tauromaquia, asistía a la temporada de Bogotá, no se perdía la Feria de Cali y en ocasiones, aterrizaba en la de Manizales. Disfrutaba los juegos de mesa, prefería el whisky sobre cualquier otro licor y le gustaba bailar. Cuando bailaba lo hacía con “compresor”. Es decir, haciendo un sonido como el de una "s" prolongada al ritmo de la música. La canción que más me hace recordarlo es La Casa de Fernando de la Billo’s, porque sus amigos se la cantaban —cambiando Fernando por Alejandro— en reconocimiento al buen anfitrión que era.
Como “la vida es brizna en las manos de Dios”, Alejandro partió siendo aún un hombre joven y aunque me dolió en el alma su temprana partida, entendí que su momento había llegado. Verlo debilitado y sufriendo por causa de la enfermedad con la que finalmente perdió la batalla, fue muy duro, en especial, para su esposa e hijos. La enfermedad de los seres que amamos es de las experiencias más tristes y difíciles que enfrentamos en la vida.
Alejandro fue una persona íntegra que siempre procedió con rectitud, un hombre valiente que enfrentó pruebas difíciles, un buen padre que educó con el ejemplo y un inmejorable hijo. No recuerdo haberle dicho que lo quería, pero estoy seguro de que él lo sabía. Lo quise desde niño y a ese amor, con el tiempo, le sumé admiración y respeto. Y pienso que el respeto es el sentimiento más grande que se puede sentir por una persona.
Alejito se nos fue hace ya una década, pero lo mantengo vivo en mi memoria y mi corazón, mientras nos volvemos a ver.
Remate al Arco: Alejandro me hizo su compadre. Soy padrino de bautizo de Nathalie, la mayor de sus tres hijos y la niña de sus ojos. Cuando mi ahijada lo graduó de papá, había que ver lo feliz y orgulloso que estaba. Eso lo entendí, años después, cuando nació mi hija María Paula.
Jorge, un abrazo, RIP a don Alejandro.
ResponderBorrarGracias por esta entrada que, no solo nos recuerda a nuestro padre, sino que constituye un gran homenaje desde tu virtuosa pluma. Me divertí mucho leyendo varias de estas anécdotas que ya había escuchado en su mayoría, pero no recordaba muy bien la de la Semana Santa en Viotá. Al leer esta entrada me pareció ver a mi papá “seseando” mientras bailaba alguna canción. Hermosos recuerdos. Muchas gracias.
ResponderBorrarQue hermosa entrada me conmovió hasta las lágrimas, lastimosamente no conocí en vida a Alejandro pero soy testigo día a día de su legado un gran hombre y ejemplo a seguir
ResponderBorrarBonito escrito sobre mi papá, que falta la que nos ha hecho en estos 10 años para seguir acumulando recuerdos como los que narras! Abrazo
ResponderBorrarQue bonito relato, ¡de esos que llegan al alma!, que bonito se lee y se siente expresar amor.
ResponderBorrarQue noble y sentido escrito sobre tu primo - tio y que buenos recuerdos que tienes de él. Saludos y "como remate al arco" y en honor a él, deberías volverte hicha de Santa Fé (jajaja). Oye en otro artículo puedes contarnos porqué te volviste hincha de Millonarios
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