Pese a llevar dos décadas y media viviendo en Toronto, en donde hace muchos años se hizo ciudadano canadiense, mi amigo Isidro Murillo se mantiene pendiente de nuestro acontecer nacional y al tanto de lo que pasa en Colombia, sobre todo en materia política. Hace unos días compartió un artículo de Las 2 Orillas —el medio de comunicación digital— en el cual se reseñaban las universidades en las que estudiaron los protagonistas de los 10 casos de corrupción más sonados en el país. Al leerlo, encontré, que entre otros, el exalcalde de Bogotá, Samuel Moreno Rojas (q.e.p.d), implicado en el Carrusel de la Contratación, era rosarista; Andrés Felipe Arias, quien fuera ministro de Agricultura del gobierno Uribe y principal involucrado en el escándalo de Agroingreso Seguro, se graduó en Los Andes y Carlos Palacino, condenado por el desmantelamiento a Saludcoop, estudió en la Universidad Santo Tomás.
Sobre el particular, sostuve una corta pero interesante polémica con mi amigo. Para mí, el articulo no dice nada, porque la corrupción afecta transversalmente a todo el país y no tiene relación con las universidades por las que pasaron los corruptos. Isidro, por su parte, sostiene, que los grandes desfalcos, que involucran miles de millones de pesos, son realizados por personas cuyos estudios superiores se hicieron en centros universitarios de primer nivel. Así mismo, considera que los casos de poca monta envuelven a egresados de universidades que no son tan costosas. Bajo la óptica de mi amigo, entre más prestigiosa sea la universidad y el egresado esté más conectado con el poder, es más probable que comenta actos de corrupción.
Le argumenté que los principios se apropian en casa y a temprana edad. La educación que recibimos en el colegio puede ayudar a afianzarlos; pero definitivamente, es en el hogar en donde empezamos a construir nuestro marco ético y no en la universidad, porque allí la formación es esencialmente académica y no en valores. Por tanto, nada tiene que ver la universidad de la que se sale profesional con las inclinaciones hacia la corrupción. Reforcé mi punto de vista con un ejemplo: si Emilio Tapia, considerado uno de los cerebros del caso de Centros Poblados, en donde se perdieron $70.000 millones en el gobierno anterior, no hubiera estudiado en la Universidad de Medellín, si no en la Nacional o en EAFIT, creo que habría hecho lo mismo que hizo. Si bien el debate no se zanjó del todo, cada uno respetó la posición del otro, aun sin compartirla.
La corrupción en el sector público —sin desconocer que la hay en el privado— es, sin duda, el principal problema que vive el país. No se ha reducido a sus justas proporciones, como lo pretendía Turbay Ayala, en una salida más que desafortunada. Por el contrario, ha adquirido proporciones descomunales (según la Contraloría y la Procuraduría la corrupción le cuesta al país más o menos $50 billones de pesos al año). Frente a este hecho, lo más lamentable aún, es la pérdida de confianza en las instituciones llamadas a luchar contra este flagelo. Recordemos el caso de Luis Gustavo Moreno, el zar anticorrupción, que fue condenado por prácticas corruptas. Y ni qué decir del llamado Cartel de La Toga, un increíble entramado de corrupción judicial, en el cual miembros de la Corte Suprema de Justicia cometieron delitos de cohecho y concusión.
Es por todos los escándalos de corrupción que vemos día a día, que tenemos una opinión sesgada de nuestros gobernantes. Así tengan una conducta intachable y consideren sagrados los recursos públicos, como decía Mockus; de todas formas, siempre va a haber un manto de duda sobre ellos y su gestión estará bajo sospecha, solo por la idea preconcebida que tenemos que los funcionarios públicos son proclives a saquear el erario.
La corrupción es casi tan normal en el sector público, que aprendimos a convivir con ella. He escuchado a quienes piensan que no es tan dañino por ejemplo, que un alcalde sea corrupto, si hizo progresar la ciudad. Si reactivó su economía, construyó grandes obras de infraestructura y en general, mejoró la calidad de vida de sus habitantes, se considera que realizó una buena gestión y, de alguna forma, se le “pasan” sus actos non sanctos. Aunque me parece cuestionable esa manera de ver las cosas; de cualquier manera, la entiendo porque estamos cansados de malos gobiernos que no hacen nada por su municipio y encima se lo roban.
Remate al Arco. Alguna vez le escuché a alguien decir que pedir una comisión del 10% sobre el valor del contrato no estaba mal y que era lo normal. Lo malo era exigir un porcentaje mayor.
Dejo el link del artículo referido: https://www.las2orillas.co/en-que-universidades-estudiaron-los-corruptos-de-10-de-los-casos-mas-sonados-en-colombia/
De acuwrdo contigo Conrrado
ResponderBorrarMuchas familias hacen grandes esfuerzos para enviar a la juventud pila a universidades de cierto prestigio. Mucha de esa juventud o la gran mayoria vive vidas decentes. Sin embargo no hay duda que es de alli mismo en esas instituciones elite donde muchos individuos empiezan conexiones para hacer cosas no tan santas o sin ninguna consideracion por el bien comun. La lista es muy larga a traves de la historia en nuestro pais y el mundo. Sin ir muy lejos adicionaria la perla Carrasquilla y el gran NHMS.
BorrarEl hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. Jean Jacques Rousseau.
ResponderBorrarPara mi en cierta medida si tiene que ver la Universidad, dado que de las llamadas "Excelentes Universidades", ocupan los más altos cargos, tienen excelentes relaciones y despues les pica el bicho de "querer tener más poder", lo que los lleva a ingeniárselas para realizar los desfalcos al estado, además saben que como son amigos de los que los van a "juzgar" o "investigar", entonces pagan pocos años de prisión. De remate al arco, como tu dices, sería bueno que completaras la lista de esos 4 casos que mencionaste, con unos 10 casos, incluyendo el de "Foncolpuertos" en los años 70 u 80 y el más reciente el de "Reficar".
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